Revista EL COLECTIVO

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jueves, 18 de agosto de 2011

“EL PODER GLOBAL ES UN PODER DESAPARECEDOR”

Entrevista exclusiva con Pilar Calveiro:
Por Osvaldo Quintana



Existe algo que impulsa su vida y su obra: esa necesidad de reconstruir la memoria, desmenuzar la derrota, colaborar en un debate necesario para aliviar la mochila de las futuras generaciones, esa pesada herencia que pretenden traspasarles sin beneficio de inventario. Ex militante montonera y sobreviviente de los campos de concentración dictatoriales, Pilar Calveiro es, demás, docente, investigadora y autora de libros fundamentales como “Poder y Desaparición” o su trabajo más reciente “Política y/ o Violencia”. En momentos donde una visión recortada de la militancia setentista gana espacio en la sociedad pero no en el imaginario popular, Calveiro insiste en volver y revolver un pasado que está lejos de aquietarse porque todavía tiene mucho para decirnos de este presente.

Historias ocultas tras discursos y pedidos de justicia, relatos de militancias, triunfos y fracasos. ¿Por qué insistir con aquello 32 años después? Quizás porque este pasado todavía nos interpela. Tal vez porque esas fábulas de una sociedad inocente no cierran ni tranquilizan lo suficiente. O, seguramente, porque uno desconfía de tantas reivindicaciones discursivas de quienes se embanderan con aquellas luchas mientras continúan aplicando políticas de exclusión y exterminio.
En 1979 Pilar Calveiro, fue liberada tras permanecer año y medio desaparecida entre Mansión Seré y la Esma. Una vez instalada junto a su familia en tierras aztecas decide iniciar contactos con la universidad mexicana: le urgía reflexionar sobre lo vivido, comprender que había pasado, políticamente hablando. Confrontar teoría y práctica. Juntar y rearmar los pedazos como una forma de mitigar la decepción y la tristeza de la derrota.

¿Cómo sobreviviste económicamente en los comienzos del exilio?
Al salir de Argentina me exilé en España. Sin embargo, en esa época, la sobrevivencia en España para una mujer con dos hijas era bastante difícil. Fundamentalmente, no había trabajo y mucho menos para los extranjeros. Sin embargo fueron otro tipo de razones, de índole más personal, las que me llevaron a trasladarme a México, donde me sentí, desde el primer momento “en casa”. México me dio la doble posibilidad de trabajar y estudiar, lo que para mí era sumamente importante. Me permitió hacer una vida protegida, segura y a salvo con mis hijas, cosa que agradeceré mientras viva.

“La tarde que la trajeron al altillo de la Esma era una flaca linda y desgarbada – rememoraba años atrás Lila Pastoriza, compañera de prisión y sobreviviente - Detenida seis meses antes por la Aeronáutica venía del terror del tormento ritual que tan bien describe en sus textos (…) Cuando llegó a la Esma mantenía esa vitalidad y lucidez (…) He conocido pocas personas con su capacidad de reconstrucción, con una voluntad tan férrea”. A Lila, precisamente, está dedicado “Poder y Desaparición”, el primer libro de Calveiro: “Para Lila Pastoriza, amiga querida, experta en el arte de encontrar resquicios y de disparar sobre el poder con dos armas de altísima capacidad de fuego: la risa y la burla”.
Una de las formas de resistencia en los campos de concentración fue la risa.
El tema de la risa aparece no sólo en los relatos de los campos e concentración argentinos. Es tan constitutiva de la humanidad como el llanto, de manera que no puede extrañar que donde hay personas haya risa. El universo cerrado del campo está poblado por seres humanos que entablan formas de socialidad entre sí, a pesar de que el dispositivo intente anular su subjetividad. En estas interacciones predomina la desconfianza pero se crean asimismo ciertos lazos de enorme solidaridad; predomina el silencio, pero hay palabras decisivas; predomina el dolor pero también hay risa, risa de complicidad, de burla o de aquella inteligencia que es capaz de captar el ridículo aun en circunstancias dolorosas. La solidaridad, la palabra, la risa son contrarias al dispositivo desaparecedor y por eso, son, en sí mismas, resistentes.

Para vos, durante la última dictadura, la sociedad eligió no ver por su misma impotencia. ¿No crees que parte de esa sociedad fue colaboracionista y muchos repetían (y aun lo hacen) que “algo habrían hecho”, festejando guerras y campeonatos de fútbol?
Claro, pero lo primero que hay que señalar es que la sociedad no es un todo homogéneo. En nuestra sociedad hubo de todo: los que se enfrentaron abiertamente, los que resistieron de maneras sordas y encubiertas, los que se callaron por miedo, los que decidieron “no saber” y los que estuvieron de acuerdo con lo actuado por los milicos. Este último grupo no fue insignificante; al contrario, hubo muchos que aplaudieron. Pero además, las mismas personas, los mismos grupos sociales pasaron, según los momentos, de una a otra posición. O sea que pueden haber aplaudido en un momento, haber tenido miedo después e incluso oponer resistencia en otras circunstancias. Sociedad y Estado resuenan uno en otro, pero eso no quiere decir que la sociedad sea una réplica del Estado ni tampoco algo ajeno a él. Lo que intento decir es que la responsabilidad principal fue del Estado y que su política de controlar por medio del terror, estaba dirigida al control de toda la sociedad, no sólo de la disidencia política. En ese sentido, la sociedad fue una caja de resonancia que se hizo eco del discurso y la lógica estatal, en algunos casos o en ciertas circunstancias, y de las resistencias y desobediencias en otros. Pero lo más importante es que lo que ocurría dentro de los campos de concentración estaba fuertemente conectado con lo que sucedía en el resto de la sociedad, las formas de dominación por el miedo operaban dentro y fuera, la desaparición de lo disfuncional excedía en mucho al campo de concentración, la imposición del silencio traspasaba la “capucha” para reclamarse en las calles mismas, bajo el lema “el silencio es salud”.

En Poder y Desaparición decís que todos los poderes son asesinos en algún sentido.
Todos los poderes son asesinos porque el intento de controlar es también una forma de matar lo “disfuncional”, ya sea directa o indirectamente. Pero en realidad, me refiero más específicamente al Estado. Se podría decir que todo Estado tiene un núcleo asesino puesto que al monopolizar el derecho a la violencia legítima se atribuye el derecho de reprimir “en nombre de la sociedad”. Este derecho a la represión tiene supuestamente unos límites que el Estado no podría sobrepasar. Sin embargo, como bien lo señala Agamben retomando a Carl Schmitt, la soberanía del Estado reside en su capacidad de establecer la excepcionalidad, es decir, las circunstancias en las que el propio derecho autoriza al Estado a sobrepasar sus límites. Este derecho de excepción es el alma del Estado moderno y le reserva la posibilidad de disponer de la libertad y la vida de las personas cuando lo considere necesario para su preservación, es decir, para la preservación de la dominación en curso.

Con un Estado pretendiendo congelar el pasado reciente para modelarlo a su antojo, los derechos humanos parecen arrinconados en los últimos años de la dictadura militar. El discurso actual intenta ocultar que la brecha entre ricos y pobres es la más desigual de todos los tiempos y omite deliberadamente que esos militantes “reivindicados” dieron su vida por evitar este presente injusto. “Se arrincona a los viejos criminales mientras se violan sistemáticamente los Derechos Humanos hoy”- afirma Tato Pavlovsky en el número anterior de El Colectivo.


Una de las partes mas impactantes de tu primer libro es aquel donde hablas de un poder instaurado durante la dictadura que “se ramifica y reaparece, a veces idéntico y a veces mutado, en el poder que hoy circula y se reproduce”, “un poder que atraviesa todo el tejido social y que no puede haber desaparecido”. ¿Cómo crees que se recicló ese poder desaparecedor en Argentina y en otras experiencias históricas?
El poder desaparecedor, lejos de haber quedado confinado en el pasado, se replica y reproduce en el mundo actual, principalmente a escala global. Las redes legales-ilegales de la llamada lucha antiterrorista, montadas por Estados Unidos y sus aliados y sostenidas por buena parte de los países “democráticos”, no es otra cosa que una red de desaparición de personas, y Guantánamo (por nombrar solamente uno de sus fragmentos, quizás el más visible) no es otra cosa que un campo de concentración. Creo que es posible afirmar que el poder global es un poder desaparecedor, succionador, que “chupa”, en muchos sentidos. En el caso de Argentina, se ha hecho un gran esfuerzo social e institucional por reaparecer buena parte de los fragmentos desaparecidos de la historia, por buscar los restos que permiten reconstruir las historias. Sin embargo, hay desapariciones de otro orden, de las responsabilidades que van más allá del derecho, en particular de las responsabilidades políticas de las que casi nadie se hace cargo.

La parálisis que provocó el terror parece continuar aún hoy, a más de 30 años, con los debates sobre violencia entre intelectuales que suelen ser posturas, en el mejor de los casos, binarias entre “pacifistas” y “partidarios de la violencia irracional”. ¿No crees que no se puede dar ese debate en nuestra sociedad porque el terror todavía subsiste?
No creo que subsista el terror sino que hay cierta “pereza” en abordar temáticas que comprometen los relatos, a veces épicos, creados por algunos de los protagonistas y en los que esos mismos protagonistas se sienten “cómodos”, por llamarlo de alguna manera. Creo que en la base de esta cuestión está la relación entre política y violencia, que intenté abordar en Política y/o violencia. Sin embargo, ese texto es insuficiente. En realidad, hoy creo que más que esa dupla, habría que abordar la tríada compuesta por violencia, política y ética, donde la política está en tensión pero también en necesaria articulación con las otras dos.

“Discutir la militancia, para algunos, es signo de traición a los muertos”, ha dicho Calveiro. Tiene en claro que el relato heroico, la visión idealizada de la militancia setentista es parte del vaciamiento de la política y no tiene otro resultado que dejar al Estado con el monopolio de esta. Por eso su llamado a “comenzar a escarcharse a si mismos”: “Ellos murieron por un proyecto y la única respuesta digna es hacer un balance político, romper con el disimulo y poner sobre la mesa lo vivido. Hacerse cargo para entender que le pasó a cada uno desde el lugar que ocupó y ocupa, para replantearnos cómo es esa relación entre violencia y las formas actuales de hacer política”.

- En tu último libro hablas de una doble articulación de la violencia en relación al poder instituido y las formas de resistencia a ese poder. ¿Cómo reformulas esta relación a la luz de nuevos movimientos sociales como el Zapatismo y los “Sin Tierra”, por ejemplo?
Básicamente, la violencia estatal, es decir institucional, opera para mantener la dominación y es, por lo mismo, una violencia que se multiplica sobre sí misma, que se impone para aplastar o asimilar todo aquello que la desafía. Por el contrario, la resistencia utiliza formas de la violencia pero sólo como mecanismo para detener o frenar la violencia institucional. No pretende sobrepasarla; no intenta tener una mayor potencia de aniquilación sino que se mueve en otro campo: crea su propio juego y se sale de los límites de lo instituido hacia otros terrenos, tratando de eludir la violencia estatal pero también de detenerla por distintos medios. Sus actos de “fuerza” son medidos, bordean un terreno resbaladizo en el obligan al poder a escuchar lo que no quiere oír, visibilizan lo que se esconde, imponen de muchas maneras y, en este sentido, recurren a distintos actos de fuerza pero tratando de contener la violencia en lugar de potenciarla. Creo que los zapatistas y los “Sin Tierra” se mueven de esta manera.

El l”caso López” circunscripto a los estrados judiciales, la policía y la Side. ¿Quiénes confían en estas instituciones? ¿Quién puede afirmar que el Estado dejó de torturar y matar en “democracia”? ¿De que se trata, entonces la sancionada Ley “Antiterrorista” exigida por Estados Unidos que, con el pretexto de la lucha antiterrorista, penaliza la protesta social y extiende el poder de represión aumentando enormemente las atribuciones a funcionarios policiales, servicios de inteligencia, jueces y fiscales, abriendo el camino para penalizar todo tipo de organización popular que para el gobierno resulte “terrorista” o “golpista”?

- La democracia en Argentina parece mantener el mismo orden perverso que el que entronizó el exterminio para imponer planes políticos y económicos que fueron la continuidad de algo que sigue hasta nuestros días. ¿Qué evaluación haces sobre la desaparición de Julio López y, lo peor de todo, no tener ningún indicio de el y sus secuestradores a igual que en el período dictatorial?
No creo que la democracia actual mantenga el mismo orden de la dictadura, de ninguna manera. En particular, la desaparición de Julio López lo pone claramente de manifiesto. Mientras la desaparición de personas durante la dictadura constituía una política represiva del Estado, la desaparición de Julio López fue una maniobra para impedir la continuación de los juicios impulsados por el propio Estado. O sea, los responsables de la desaparición de Julio López no fueron personeros del Estado sino sus enemigos. Creo que un crimen de esta naturaleza se puede cometer sin dejar rastros, en particular por personas entrenadas para ello y, hasta donde sé, no me parece que en este caso se pueda aducir complicidad alguna por parte del Estado.


Por último Pilar, ¿Qué significado tiene hoy para vos la palabra militante?
Yo tengo un alto concepto de la política. No coincido con Hannah Arendt en el sentido de que donde empieza la violencia acaba la política. Al contrario, creo que hay una relación necesaria entre política y violencia, como también la hay entre ella y la ética. Este tipo de política que comprende la acción, que se reconoce como relaciones de fuerza pero cuyo horizonte y cuya práctica de cada día está interpelada forzosamente por la ética, es decir, por la anteposición del Otro, parece un espécimen casi en extinción. Sin embargo, creo que éste es el sentido fuerte de la política que, tarde o temprano, habrá de recuperarse. Creo que hay que recuperar la idea del servidor público del buen republicanismo. La palabra militante, para mí, sólo puede entenderse dentro de esa forma de la política que no es simple gestión, que no es profesión ni carrera, sino compromiso con los otros, pasión por un proyecto en el que creemos y, sobre todo, servicio.

Gracias especiales a Patricia Fontelles.
NOTA APARECIDA EN REVISTA EL COLECTIVO.mayo 2008

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